El Discurso de Julio César
Todos, de alguna u otra manera, conocemos quién fue Julio César, el gran hombre de Roma. Sus historias, biografías, guerras políticas y conquistas militares llevaron gran gloria a Roma, la Gloriosa Roma, cuando dicho imperio se consideraba el centro del mundo y controlaba a grandes reinos enemigos bajo el poder de la bota guerrera romana.
Sin embargo, hay un aspecto de su vida que muchos historiadores no han recogido, y hoy quiero compartirlo contigo, amigo lector. Hoy quiero hablarte del Julio César amoroso, del hombre con un corazón dedicado a una sola mujer: su esposa Cornelia, y, por ende, a la hija que tuvieron juntos. Julio César y Cornelia fueron comprometidos en matrimonio desde que eran niños, algo común en la Roma de aquellos tiempos. Pero, a diferencia de muchos matrimonios arreglados, el suyo se convirtió en un matrimonio lleno de amor; se amaron profundamente, eran el uno para el otro.
Julio César, un gran defensor de las clases menos privilegiadas, siempre tuvo el amor del pueblo de Roma. Luchó por ellos y, a pesar de provenir de una clase privilegiada—un auténtico patricio cuya familia se decía descendía de la mismísima diosa Venus—, siempre estuvo en franca confrontación con los sectores conservadores de Roma. Los autodenominados “boni” u “optimates” nunca velaron por los pobres; muy por el contrario, los ignoraron y los consideraron una raza humana inferior.
En medio de estas confrontaciones, el sector conservador del Senado Romano prácticamente dio un golpe de Estado. Sila, su líder, convocó a Julio César en la oscuridad de la noche y le planteó dos opciones: (i) divorciarse y repudiar a Cornelia para casarse con una mujer proveniente de una familia conservadora de Roma o (ii) el exilio. Julio César, siempre fiel a su amor por Cornelia, eligió el exilio.
Años después, cuando le permitieron regresar y continuar con su “cursus honorum”, Cornelia dio a luz a su primera hija, a quien llamaron Julia. Posteriormente, Cornelia quedó nuevamente embarazada, pero durante el parto ocurrieron muchas complicaciones. Cornelia falleció, aunque la niña, también llamada Julia, sobrevivió. Este hecho devastó a Julio César; Cornelia era su amada, su gran y único amor.
El día de las exequias de Cornelia, toda la ciudad de Roma acompañó a Julio César. A los pies del cuerpo inerte de Cornelia, pronunció uno de los más sentidos y gloriosos discursos que haya dado. Elevó sus palabras al cielo, como si se dirigiera a los dioses mismos de Roma:
“Pia, carissima et dulcissima. Esas son las palabras que vienen a mí cuando pienso en mi querida Cornelia. Pia porque fue leal a mí y a mi familia siempre. Cuando me enfrenté a Sila o a Dolabela, estuvo siempre a mi lado; incluso se ofreció a divorciarse de mí para hacer mi vida más cómoda, más fácil, más adaptada a las tendencias del poder de Roma. Pero tanta lealtad solo podía pagarse con mi propia lealtad. Antes prefería ser condenado a muerte que separado de mi querida Cornelia.
Cornelia soportó mis exilios uno tras otro con templanza y paciencia, y siempre—y nunca insistiré lo suficiente en este punto—leal a mí y a mi familia.
Carissima, porque no se puede querer más a alguien en este mundo. No negaré a otros la posibilidad de amar a alguien—a su esposa, madre o hija—tanto como yo he amado a Cornelia. Pero sí diré alto y claro, con toda mi pasión, que amar más a una mujer de lo que yo he amado a Cornelia es, sencillamente, imposible.
Pia, carissima et dulcissima, he dicho. Dulcissima porque siempre estuvo dispuesta a atender con amor las necesidades de todos en su entorno: de mi madre, de su hija. No puedo pensar que exista mejor madre; de mis hermanas, de toda la familia y amigos, y de mí mismo, siempre con buen ánimo, siempre con una sonrisa en su rostro. En las bienvenidas, siempre con un beso sentido y una bendición; en las despedidas, siempre ahí para quien la necesitara. ¡Así era Cornelia!
Puede que algunos se sorprendan de que proclame en público mi pasión, mi amor eterno por Cornelia. Puede que algunos piensen que esto rompe con las tradiciones. Pero, ¿qué tradición puede prohibir que un esposo proclame su amor a una esposa que le ha sido leal y fiel toda su vida? ¡En Roma no hay más tradición que la de ensalzar la lealtad y arremeter contra la mentira! No ha de haber más costumbre que premiar la honestidad y atacar la corrupción. En Roma no debe haber otra ley que la de alabar a quien destaque por su comportamiento justo, del mismo modo que se persigue a quien actúa con injusticia.
Pero, ¿cómo me siento? ¿Cómo puede sentirse un hombre que, de pronto, lo ha perdido todo, porque Cornelia era eso para mí: todo?
¿Cómo puede sentirse alguien en estos momentos?
¿Cómo me siento? Me siento como cuando Tetis intentaba salvar a Aquiles de su destino. Me siento como cuando Afrodita lloraba la muerte de su amante Adonis. Me siento como cuando Orfeo intentaba rescatar a Eurídice de las garras del reino de los muertos. Así se siente hoy Cayo Julio César.”
Y Julio César lloró en público.
Amigo lector, comparto contigo estas líneas porque, en lo particular, muchas veces—o la gran mayoría de las veces—buscamos encontrar un amor que vaya más allá, que nos haga temblar hasta el último de nuestros huesos. Tal vez ya lo has experimentado o tal vez no. Pero la idea de estas humildes letras es mostrarte que, en la vida, aunque usando la experiencia dura de Julio César y Cornelia, tu gran amor puede estar tan cerca de ti que hasta lo puedes tocar, pero no lo notas. Abre los ojos a la vida, a vivir, y te aseguro que, tarde o temprano, encontrarás lo que tanto anhelas.
Con cariño,
Trajano.