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Padre e hija

Mi Princesa de los Mil Años

Durante mi niñez una de las series infantiles que más me gustaba era “La Princesa de los Mil Años”. Siempre me sentí cautivado por Yayoi Yukino, la princesa de La-Metal, un planeta habitado por una especie de humanoides que intentan destruir la Tierra mediante una colisión entre ambos mundos, pero antes de eso, planean reclutar a varios humanos para volverlos esclavos. No obstante, Yayoi no está de acuerdo con ello y junto a sus compañeros decide detener el secuestro de los humanos y la colisión y por ende evitar la destrucción de ambos mundos.

Para mí era sumamente admirable el carácter, el temple, la acción, la alegría y sobre todo el amor por la vida que transmitía Yayoi. A tal punto, que luchó con todas sus energías, ingenio y amor para preservar ambos mundos y enfrentarse sin ningún tipo de temor a cualquier adversidad, por muy grande o tenebrosa que fuese.

He tenido la fortuna, que en una de esas tantas curvas de la vida encontré a mi “Princesa de los Mil Años”. No sé si tú amigo lector, has encontrado o te has topado en el caminar de tu vida a una princesa similar. Tuve la suerte que la vida misma, durante mi natural caminar por su sendero, me la puso en mi mismo camino. Tiene apenas nueve años, pronto cumplirá diez, pero al verla actuar, hablar, jugar, estudiar y sobre todo interectuar con la vida, me recuerda tanto a Yayoi. Su amor y alegría por la vida es admirable. Su sonrisa, además de auténtica, es penetrante y contagiosa. Nadie puede quedarse indeferente ante ella, sobre todo, porque tiene un corazón puro, simple y fraterno. Recuerdo que Yayoi lloró ante situaciones difíciles y también mi princesa ha llorado y yo también he llorado junto con ella. Cuando me ha visto triste, siempre tiene una palabra, un gesto, una sonrisa o simplemente un beso, causando de forma casi inmediata, que cualquier pensamiento o sentimiento negativo se esfume.

Su astucia y empeño es admirable.  Recuerdo una tarde en la cual sentía una tristeza profunda en mi alma, me observó, y con esos ojos de ternura, tomó mi mano y me llevó hasta su piano. Tocó una pieza musical maravillosa. Mi tristeza con las primeras notas musicales, ya había desaparecido.

En otra ocasión en la cual me encontraba atravesando una situación muy difícil, pensé en manejar y manejar hasta que el infinito mundo me detuviera, de repente recibí una llamada, y era ella, la que con lágrimas en sus ojos me decía “te amo y regresa pronto a casa”. Detuve mi carro. Di la vuelta y sin pensarlo regresé. Si aún no has encontrado a alguién así en tu vida, ten la seguridad que llegará muy pronto.

Hace algún tiempo, un viejo amigo me dijo: “amigo mío, los ángeles de la guarda están aquí en la tierra, muy cerca de ti, no los trates de buscar en el cielo o en algún universo paralelo, muchas veces los encuentras simplemente viendo a tu lado”. Es posible que esa persona hoy esté ahí a tu lado, junto a ti, al alcance de tu mano y simplemente no lo has notado. Yo la tuve por muchos años a mi lado y nunca me percaté hasta que ella misma un día cualquiera,  me tomó de su mano y hablándome al oído como contandome el secreto del mayor de los misterios simplemente me dijo: “ te amo papá”.

Pasarán mil años y muy seguramente ya no estaré en este mundo, pero mi princesa siempre será la misma. Mi princesa se llama  Fernanda y es  de los regalos divinos más preciados que he recibido en mi vida. A ella y su amor incondicional le debo tantos pasos hacia adelante, tantos pasos positivos en mi vida y tantas alegrias en medio de las adversidades que me han permitido amar aún más este caminar por la vida que por momentos nos desconcierta, pero que al mismo tiempo te pone estos seres de luz que con una simple palabra, una sonrisa o una mirada, te dicen adelante, camina y camina con la frente en alto, que tu princesa de los mil años siempre estará contigo.


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